Capítulo VII

Sintonizar con cariño

Para los bipolares, aceptar la medicación es como enfrentar un espejo que muestra una realidad incómoda. Nos negamos a considerar como enfermedad un estado que en sus momentos más intensos nos hace sentir increíblemente vivos. ¿Cómo voy a estar enfermo si nunca he estado mejor? Esta resistencia no es más que el eco de una lucha interna, un rechazo al concepto de vulnerabilidad y una falta de asunción de nuestra propia responsabilidad.

En los momentos más complejos de nuestra travesía. Cuando parece que el mundo se desmorona, es fácil delegar nuestro poder. Es fácil pensar que otros tienen las respuestas que nosotros no encontramos. Pero sintonizar con cariño no significa entregarse ciegamente. Significa aceptar la ayuda desde un lugar de respeto, sin perder nunca el timón de nuestra vida. Contar con un psiquiatra con quien sintonices es vital. Pero esa conexión no debe convertirse en una relación de dependencia. Tu responsabilidad no termina en aceptar un diagnóstico o un tratamiento. Continúa en cómo decides integrar esa información en tu vida. Tú no eres una hoja a merced del viento. Eres quien decide cómo navegar las aguas turbulentas. Escuchar al psiquiatra no es lo mismo que cederle el mando. Es un acto de colaboración.

Tú aportas la experiencia íntima de tus emociones y él las herramientas técnicas para ayudarte a gestionarlas. Ambos sois piezas necesarias de este engranaje, Un dúo dónde el psiquiatra sugiere el compás y tu decides la melodía que tocas,

Aceptar la orden de un internamiento puede parecer un momento de rendición, pero en realidad puede ser una oportunidad para trabajar desde un entorno protegido. La idea de que un internamiento es un castigo es una percepción que debemos transformar. En ocasiones puede ser un espacio para parar, reflexionar y sanar desde la seguridad. En este entorno donde el tiempo parece detenerse, también se abre una oportunidad para la conexión. Cada persona que encuentras durante un internamiento lleva su propio peso, sus propios miedos, pero también su propia sabiduría. En esas relaciones, muchas veces inesperadas, puedes encontrar espejos que te devuelvan partes de ti mismo que no sabías que habías perdido. La soledad que se siente al estar internado puede ser real, pero no tiene por qué ser absoluta. Compartir tus experiencias, escuchar las de los demás y crear un espacio de apoyo mutuo transforma el aislamiento en compañía. Incluso en los momentos más oscuros hay una luz que puede surgir de la conexión con el otro. La vulnerabilidad que compartes no es debilidad, es una invitación a la empatía y al entendimiento mutuo. No se trata de convertirte en alguien que simplemente acepta lo que le dicen. Se trata de escuchar, reflexionar y elegir. Mantener esta autonomía, incluso en un entorno controlado como un psiquiátrico.

Es un acto de profunda dignidad. La clave es no dramatizar tu historia. El cambio empieza en cómo eliges contarla. Cambiar el miedo por amor no es un ideal vacío, es una práctica diaria. Reconocer que tu vida, por caótica que parezca, es valiosa y digna de respeto. El amor no es sólo un sentimiento, es un acto que eliges realizar una y otra vez, incluso en las situaciones más difíciles.

Cuando hables con un psiquiatra, un familiar o un amigo, recuerda no estás pidiendo permiso para vivir. Estás compartiendo un fragmento de tu proceso, pero la decisión final siempre será tuya. El poder no es algo que se toma o se da, es algo que ya tienes y eliges ejercer.

Por eso, sintonizar con cariño no es sólo aceptar el apoyo de los demás, es mantenerte fiel a ti mismo en el proceso. No permitas que nadie te diga quién eres o qué puedes lograr. Escucha, aprende, pero nunca pierdas tu propia brújula. Incluso en los momentos más oscuros, la conexión humana tiene el poder de transformar. Sintonizar con cariño es un acto de valentía y amor hacia uno mismo y hacia quienes también buscan sanar. En un internamiento en el día a día o en cualquier contexto.

El desafío siempre será el mismo mantenerte conectado a tu esencia mientras te abres a recibir lo que los demás pueden ofrecer. Al final, el viaje no se trata de evitar los extremos, sino de aprender a transitarlos con gracia y equilibrio.