Capítulo V

El Anclaje

En las subidas, cuando la luz nos inunda y sentimos que todo es posible, podemos caer en un espejismo, creer que esa intensidad es una verdad absoluta que los demás deben comprender o aceptar sin cuestionar.

Esta sensación de poder puede llevarnos a momentos de intransigencia, de querer imponer nuestra visión o de actuar de manera impulsiva. Nadie puede decirnos que nuestras experiencias en las subidas y las bajadas no fueron reales.

Pero debemos entender que en estos estados necesitamos un anclaje que nos baje a la realidad.

La familia, ese ancla invisible, nos sostiene incluso cuando no lo vemos. Ellos también sienten cada uno de nuestros saltos.

Ese impacto puede ser devastador. Debemos ser conscientes de ello y trabajar en no hacerles daño, pues te quieren y eso implica que están a merced de tu equilibrio con el proceso.

Debemos ser conscientes del esfuerzo emocional que implica acompañarnos en este viaje y tomar nuestra responsabilidad y precauciones para no dañar a quienes nos dan la mano y lo único que quieren es que estés bien.

Subir es como volar en espiral. El vértigo, la euforia, la sensación de estar rompiendo barreras. Pero incluso en ese vuelo hay que mantener la vista en el horizonte.

En la subida. Tomar decisiones drásticas rara vez termina bien.

Anclarse no significa abandonar el cielo. Significa aprender a subir y bajar con gracia, sin perder de vista a las personas y la realidad que nos rodean. Es mantener un pie en la tierra mientras la otra parte de ti toca las estrellas.