Capítulo III

Descender por la oscuridad

Descender por la oscuridad es un viaje que todos los bipolares conocemos bien. No es un viaje que emprendamos por voluntad propia, sino algo que sucede. Una especie de arrastre hacia un abismo del que sólo se puede salir con paciencia, fe y compasión hacia uno mismo. En la bajada todo parece oscurecerse, las ideas pierden brillo, las emociones pasan y el mundo se vuelve un lugar difícil de habitar.

Durante esta etapa de bajada, el sufrimiento parece no tener fin
y es fácil caer en la trampa del desánimo. Pero es precisamente en esos momentos cuando necesitamos confiar más que nunca. La fe en este proceso no es ciega. Es una fe que se apoya en la experiencia de haber resurgido antes, de haber superado otros descensos y de saber que, aunque ahora todo parezca perdido, volveremos a ver la luz. Es también fundamental recordar que no estamos solos en este viaje.

La bajada nos puede hacer sentir aislados, pero es importante tener en cuenta que hay personas a nuestro alrededor que nos aman y que quieren ayudarnos. Nuestra tarea es aprender a aceptar esa ayuda, a confiar en quienes nos rodean y a no cerrarnos en nuestro propio sufrimiento. En esta fase es donde se pone a prueba el respeto hacia nosotros mismos. Es fácil perderse, sentir que uno no vale nada, que todo el trabajo hecho no ha servido de nada. Pero es precisamente en esos momentos cuando debemos recordar que la bajada

no es más que una parte del ciclo, no el ciclo completo. En la bajada somos como el gusano que siente la crisálida como una prisión, olvidando que esta crisálida es también parte del proceso de transformación hacia algo mucho más hermoso. El desánimo también quiere ser experimentado. Si logras experimentarlo sin asustarte, verás que pasa. Sólo el amor es real. Todo lo demás es una ilusión.

No desesperes. Recuerda los momentos en los que fuiste feliz, en los que amaste y te sentiste amado. Aunque durante la bajada no puedas conectar con esas sensaciones, recuerda que existieron y que volverán. Este es un momento de oscuridad, pero incluso en la oscuridad, una pequeña luz puede brillar intensamente. En la bajada también se encuentra una gran oportunidad de autoconocimiento.

Es una oportunidad para ver nuestros miedos, para enfrentar las sombras que a menudo evitamos en la subida. No hay descenso sin miedo, pero tampoco sin aprendizaje. Cada descender es una oportunidad para limpiar, para purificar lo que no nos sirve, para enfrentarnos a nuestras sombras. Y al hacerlo, liberar la luz que hay oculta detrás de cada uno de esos miedos. No estamos solos en este viaje. Cada vez que descendemos trazamos un camino que otros podrán seguir.

La bajada no es fácil, no está llena de epifanías ni de momentos de claridad, pero es una parte esencial del ciclo. Nos enseña a ser humildes. Nos recuerda que no somos omnipotentes y que nuestra luz también tiene su contraparte. Y es desde esa humildad, desde ese reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, que podemos construir una base más firme para las futuras subidas.

El objetivo no es evitarla, aunque nos gustaría, sino aprender a navegar por ella. Es una oportunidad para crecer, para aprender algo más sobre nosotros mismos, tener paciencia, tener compasión hacia uno mismo y hacia el proceso y entender que todo forma parte de un ciclo mayor. Este es el verdadero reto. Al descender por la oscuridad.