Capítulo III

Ascender hacia la luz

La subida es como un estallido. Es un momento de expansión, de conexión con lo sublime, de sentirse invencible. Es un estado en el que las ideas fluyen, la energía se dispara y la creatividad parece no tener límites. Es la tormenta perfecta de energía, claridad y emoción. Todo cobra sentido.

Tu mente se acelera, capaz de abarcar ideas, visiones y conexiones que nunca antes habías imaginado. En esos instantes eres luz. Todo es posible y es un momento en el que el corazón y la mente parecen alinearse y la vida se llena de propósito. Sentimos que somos invencibles. La luz nos abraza y nos eleva, haciéndonos creer que podemos tocar el cielo con la punta de los dedos.

Es como si tu corazón latiera al ritmo del cosmos. Una armonía inalcanzable que llena cada rincón de tu ser. Pero esta sublimación no es solo alegría, es intensidad pura. Es como mirar directamente al sol. Maravilloso, pero también cegador. Durante estas subidas, la realidad misma parece diluirse. Las fronteras entre tú y el mundo desaparecen y experimentas una conexión profunda con todo lo que te rodea.

Es una expansión, como si tu corazón se abriera de par en par para abarcarlo todo. Las ideas brotan como ríos desbordados, trayendo visiones que podrían cambiar el mundo. Cada emoción parece amplificada. Cada pensamiento brilla con una luz casi divina.

Pero esta luz no solo ilumina, también quema. Hay un peligro en esta intensidad, un riesgo de abandonar la realidad para perderse en un universo de ilusiones. Existe la tentación de alejarse de la realidad cotidiana, de querer quedarse en ese estado de euforia y expansión.

Pero parte de nuestro aprendizaje como bipolares es saber equilibrar esa energía. Aprender a llevar esa luz y esa expansión a nuestra vida diaria sin perder el contacto con la realidad democrática, con las personas que nos rodean y que forman parte de nuestro mundo.

Es aquí donde debemos discernir dónde hay que someter cada idea a un test de verdad. ¿Esto que siento y pienso me hace crecer a mí y también a los demás, o solo me exalta y me eleva a un pedestal de grandeza egoísta? La experiencia de la subida nos da una claridad inigualable, una oportunidad para dibujar mapas internos que nos ayudan a entendernos mejor.

Es una puerta abierta hacia lo desconocido, hacia territorios mentales, emocionales y espirituales que muy pocos se atreven a explorar. Nosotros, los bipolares, somos exploradores en este paisaje desconocido. Cada idea, cada visión, cada emoción, nos llama a abrir caminos que pueden servir para nosotros, pero también para los demás. ¿Qué se siente realmente durante una subida? Es como si cada miedo se transformara en esperanza, como si el aire fuera más vivo y la luz más clara.

Todo parece conectado. Todo parece tener un propósito, pero también es un momento en el que las emociones pueden atravesar nos con tanta fuerza que nos desbordamos. En este punto, el corazón puede guiarnos hacia la verdad, pero también hacia el exceso. El reto es mantenerse firme.

Aprender a navegar esta intensidad sin dejarse arrastrar por ella. Las subidas son momentos de creación y transformación, pero también de riesgo. Es fácil caer en la trampa de pensar que no necesitamos a nadie, que somos autosuficientes en esta expansión gloriosa. Pero la realidad es que el apoyo de los demás es esencial para mantenernos anclados. Necesitamos amigos, familiares y mentores que nos ayuden a transformar la luz en acciones concretas que nos recuerden que por muy alto que subamos, siempre debemos

mantener un pie en la tierra. En última instancia, la subida es un regalo, una oportunidad para tocar la grandeza, pero también es una responsabilidad por lo que aprendemos en estos momentos de claridad. Es esencial para navegar las sombras que inevitablemente llegarán. La subida nos muestra quién podemos ser en nuestra mejor versión, y esa visión debe convertirse en un faro que nos guíe tanto en la luz como en la oscuridad.